Ayer caminaba despreocupadamente por el centro de San José de regresó a mi casa, cuando de entre la multitud de rostros saltó un moreno, extendió los brazos para intentar abrazarme y apenas pude escapar de aquella amenaza emergente. Era él, el terrorista.
Su sonrisa me recordó muchos besos a escondidas en los jardines de la universidad, sus ansias de una noche de lujuria y placer, su necesidad de que me quedara dormido entre sus brazos.
Fue un amante ocasional lo que yo no sabía era que yo había sido algo más profundo para él.
Por aquellas épocas yo tenía un novio infiel, 22 años, muchos ideales y un poco más de tonteras en la cabeza. Nos conocimos chatenado en LatinChat, cuando el internet era un privilegio y sólo en el trabajo se podía tener. Entre una cosa y otra decidí darle mi número de teléfono y 15 minutos después estabamos concertando una cita en la plaza de la Cultura. Yo tenía clases y el terrorista me acompañó hasta la U, luego de clases me invitó a tomar algo en un bar que ya no existe en la calle de la amargura, también invitó a mis amigas. Él pagó.
Todos los días venía a San José desde el lejano pueblucho donde vivía solamente a acompañarme en el trayecto de la oficina a la universidad. Mi novio formal era un tipo demasiado despreocupado y le daba igual si me partía un rayo, obvio empecé a ver al terrorista como un amigo cariñoso, besuqueable y bastante cogible.
El terrorista practicaba deportes, era atlético, moreno, y se perfilaba como buena gente. Lo que yo no sabía es que tanta miel derramada por todos lados terminaba cansandolo a uno y que de un momento a otro me cansó que me reclamara que no le dedicaba tiempo, que yo no le daba sexo, sexo y más sexo. No era que no tuvieramos sexo, era que teniamos sexo todos los días y a él no le bastaba (tomando en cuenta que ademas debía tener sexo con el novio oficial).
Y al terminarlo me amenazó, me llamó toda la noche, llamó a mi casa y estuvo esperándome a la salida de la oficina durante muchas tardes para hacerme la vida imposible. Me seguía hasta la parada del autobús, cuando tomaba café con mis amigas o salía algún bar con mi novio el terrorista estaba ahí escondido, vigilándome... nunca me hizo nada pero si perturbó mi tranquilidad por meses... salía de clases y ahí estaba, yo trataba de ignorarlo y me iba con los compas de la U.
Ayer me saludó cortesmente y me dio su tarjeta, ayer su tarjeta cayó directamente en el basurero de la avenida central. Ayer temí de nuevo que me siguiera, caminé lo más rápido que mis piernas lo permitieron olvidando que él es mucho más alto que yo y que con tres zancadas está junto a mi sin esfuerzo. Ayer sentí que toda la lluvía de la tarde era la premonición de que algo podría ocurrir.