septiembre 04, 2012

GORDO

Lo vi caminando por la antigua Aduana, un flaco de esos que me matan... él me vio y me sonrió, yo no entendía mi suerte. Decidido me acerqué y le hablé. Nos sentamos cerca del edificio nuevo del teatro y conversamos.
 
El flaco tenía un novio súper controlador, le revisaba el teléfono sin falta dos veces al día. No lo dejaba salir por las noches con los amigos y era deber del flaco pasar todas las noches entre semana con su novio, además los fines de semana eran propiedad exclusiva del novio. El flaco no tenía derecho a decir que no. El novio usaba la amenaza suicida con fines odiosos para su bienestar.
 
El flaquito me contaba que estaba harto de la situación, que además de la esclavitud en la que vivía por su novio, estudiaba una carrera que no le agradaba y dependía ecónomicamente de su madre que le reclamaba por no dedicarle tiempo a la familia. Después de ser el paño de lágrimas del muchacho nos despedimos e intercambiamos números de teléfono.

Días después nos encontramos de nuevo en la calle, yo iba manejando, él iba a pie. Le ofrecí llevarlo y en menos de lo que canta un gallo el flaco estaba bien acomodado en el asiento delantero de mi carro, así de cerca se me ocurrió acariciarle una pierna a lo que él no respondió. Un poco más adelante se bajó del carro y se despidió de mi.

Por esos días yo tenía unos cuantos kilos de más, que como siempre digo no es pecado estético pero si pecado para la salud. El flaco desapareció de mi vida por varios meses, hasta que un día me llegó un mensaje suyo diciendo que se encontraba bastante "achicopalado" (triste). Yo, extrañado, respondí preguntándole que le pasaba.

El flaco, creo yo, se había equivocado de número, o eso prefiero creer. Y empezó a cuestionarme sobre quién era yo, dónde nos habíamos conocido, cuál era mi nombre... y así hasta que logro recordar quien era y lo recalco de la siguiente manera "sos aquel mae gordo y calvo", yo le respondí que si estaba un poco pasado de peso y que no era calvo sino que me rapaba.

Groseramente me contestó que dejara de acosarlo, que a él no le gustaban los gordos y menos calvos.

La impotencia que sentí en aquel momento por no poder contestarle cómo debía me inundo y aún hoy sigo mordido.