septiembre 28, 2011

Síndrome Princesita (Lo que más ODIO)

- Hace más de una semana no tenemos sexo, ¿es que acaso ya no te gusto?
- Claro que me gustas pero es que no me has buscado.
Y ¡Plop! como Condorito patas arriba.

Algunos hombres se comportan como señoritas de la alta sociedad, aún estando en una relación de pareja estable.

Las mujeres deben ser deseadas y no sobradas = Síndrome Princesita. Se lo puedo entender a una señorita, pero a un mae con las bolas bien rayadas, jamás.

Si sos mi pareja y se te antoja tener sexo y sabes que soy sexualmente muy activo entonces ¿por qué putas no das vos el primer paso? ¿Siempre tengo que inventarme quimeras fantásticas para crear la atmósfera correcta y el momento indicado? ¿Debo enamorarte cada vez de nuevo?

No sean mustios y respóndanme, ¿de vez en cuanto el asunto meramente carnal no es rico y exitante?

El romanticismo es bonito pero cuando es bien comprendido, la cursilería aburre y mata.

septiembre 22, 2011

Cuando sobran ganas...

Falta lugar.

La restricción vehicular ha logrado que regrese a las calles pero como peatón. Todos los miércoles al salir de la universidad aprovecho para caminar por San José. A algunas personas les espanta caminar por la capital durante la noche, a mi me encanta. Uno va aprendiendo de quien desconfiar y por cuales calles no debe caminar.

Ayer  a eso de las 7 de la noche en boulevard de la Avenida Central me topé de frente con unos labios gruesos de piel morena y pequeño tamaño.

Me vió, lo ví, dos segundos después estabamos hablando.

- Hola. ¿Cómo estás?

El: Muy bien y usted.

Para ese momento la exitación empezaba a notarse a través de mi pantalón y él muy percatado de lo que sucedia me dijo: que bien se ve eso. Ante la pena de que alguien más notara mi exitación saqué las faldas de mi camisa.

Sígame me indicó y ante las dudas (asaltos, muerte por robo de organos y bla, bla, bla), entramos por la puerta principal de la Libreria Universal y caminamos a cierta distancia uno del otro hasta el baño del segundo piso. Al entrar, un miscelaneo limpiaba el piso inmediatamente salió. Me ubiqué en el mingitorio de la derecha y el hombre de labios carnosos se ubicó en el mingitorio a mi izquierda.

Dos segundo después sin dejarnos ni siquiera vernos o tocarnos entró nuevamente el hombrecito de limpieza. Ante lo cual Labios salió despovorido a lavarse las manos. Salimos de aquel lugar tan altamente vigilado y caminamos por la libreria, ante algunos estantes Labios aprovechaba para tocarme por sobre el pantalón.

Cansados por la vigilancia extrema del local decidimos caminar hasta el área de juguetes y en una esquina vacía Labios intentó hacer aquello que no pudimos en el baño.

Al depedirnos me dijo, con las ganas que tenía de mamársela, lástima que no encontramos donde.

septiembre 07, 2011

La Cultura del Reciclaje

Nuestro mundo pide auxilio a gritos y como una empresa responsable con el ambiente todo el papel lo depositamos en un recipiente especial y una vez al mes llamamos al hombre del reciclaje para que se lleve el exceso de material que al final termina siendo el de toda la cuadra.

En los últimos días he pasado localizando al encargado de retirar ese material de la oficina y no aparece por lo tanto y como el objetivo es reciclar entonces llamé a otra empresa. Vinieron en pleno aguacero, un señor mayor que no se bajó del camión pues parecía resfriado y un joven de 22 años aproximadamente.

El joven reciclador estaba empapado y debía subir al camión bajo el aguacero todos los paquetes con el material reciclable. Al terminar estaba hecho una sopa, yo le ofrecí el baño para que se secara un poco y no se fuera a resfriar. Bajo su traje de fatiga traía una sorpresa de esas que lo dejan helado a uno, pero muy exitado. Y como era muy obvio tomarle una foto, busqué algo que se aproximara a aquella visión de perfección que tuve durante cinco minutos frente a mi secándose su cuerpo húmedo y sudado.

Creo que de ahora en más continuaré llamando a esa empresa, se lo han ganado.

septiembre 06, 2011

Lo que uno debería tener a los 30

Desde muy pequeño he tenido una filosofía de vida bastante práctica.

Se trabaja para vivir y no se vive para trabajar, uno estudia para posicionarse en un trabajo que le brinde algunas facilidades, como en un plazo mediano comprarse carro y a largo plazo poder dar la prima para una casa y darse ciertos lujos. Viajar, comer y conocer el mundo.

Siempre le he hecho la cruz a las personas estresadas y necias con el trabajo, esas que buscan fortuna fácil y pretenden a los 30 tener casa (entiéndase haber terminado de pagar la casa), tener carro y además tener a su haber 5 viajes a Europa, conocer Estados Unidos enterito y jamás de mochilero. Tener fines de semana de puro derroche económico en hoteles 5 estrellas o de compras en Panamá, Miami e Isla Margarita.

Pero como el destino es bien hijueputa y al que no quiere sopa le da dos tazas, me puso al frente a aquel adonis (a mi parecer), guapo, moreno, interesante y bueno uno que tiene la carne débil cae redondito y en un dos por tres.

Encarnaba todo aquello de lo que siempre había huido, tenía un trabajo que le consumía sus días y noches, muy bien remunerado valga decirlo, como parte de su trabajo debía viajar varias veces al mes a otros países entre ellos México, Estados Unidos, una que otra vez perdida Francia o España. El cono sur en época de elecciones como representante diplomático.

Su carro era pues no último modelo pero si bastante más nuevo que el mío en estos tiempos, su apartamento estaba situado en uno de los mejores barrios de Escazú y se codeaba con la más alta sociedad (de esos que te consiguen un buen trabajo sin haber aprobado ni el sexto año de escuela). Todo esto antes de los 30. Brillantes 28 años tenía la última vez que nos vimos.

El diplomático disfrutaba mucho de mi compañía, según él mismo me lo hacía saber, lo hacía reír con mi humor negro y aprendido de tanto corretear por los pasillos de una universidad pública. Pasábamos horas sentados en su carro hablando de cosas sin sentido, mirando la noche oscura desde un cerro en Escazú o en su dormitorio en tremendas sesiones de sexo maratónico, durante las cuales el diplomático me decía cosas que no se atrevería a repetir en público y mucho menos en voz alta frente a su familia.

En aquellos tiempos yo era un peatón más y cuando el diplomático no podía salir a recogerme o dejarme a algún lugar que me facilitara el acceso al servicio de autobuses, en esos momentos que eran los más, yo caminaba.

Además de ser empleado público con un salario que apenas alcanzaba según él (a mi me sobraba con aquel salario para pasar el mes, ahorrar y vivir cómodamente), estudiante nocturno de universidad pública, al diplomático le empezó a molestar que yo fuera un peatón. A mis 22 añitos no tenía licencia de conducir ni me interesaba, si llovía me mojaba y si era verano disfrutaba mucho de los días de sol.